Adaptar el guion de una película conocida es bastante complicado. Pero si el guion es de un autor con una personalidad tan marcada como la de Woody Allen, la cosa se puede convertir en un desastre… sobre todo si el adaptador y director es un hombre de teatro del que se esperan resultados por encima de la media. Ahora bien, siempre hay excepciones. En este caso, Rigola ha conseguido llevar el universo de Allen a su terreno y crear una obra que no lo traiciona ni a él mismo ni tampoco al genio neoyorquino. Nos encontramos, por lo tanto, con una habilidosa utilización del escenario y del espacio sonoro, así como un tempo que da a la pieza identidad propia. También lo vemos trabajar con actores y actrices que conoce bien, consiguiendo un clima de naturalidad y entente que enseguida consigue la complicidad del público.
De todos modos, es inevitable que Rigola ponga toda su atención en el texto y en el desesperanzado mensaje que da sobre el mundo de la pareja. El cierto es que se trata de uno de los mejores guiones de Woody Allen, en el que una vez más los personajes centrales se ven reflejados en los problemas y las miserias de los otros. Esta constante en la obra de Allen hace que nos enfrentemos a un peligroso juego de espejos, en el que también se reflejan los espectadores. En el espectáculo, algunos de ellos -evidentemente, sin saberlo- acaban formando parte de la historia. Un acierto más de un montaje que se ha hecho con gusto, respeto y una gran dosis de humildad.