Todo lo que no se dice...

Mario Gas: Humans

Mario Gas: Humans
04/07/2018

Es muy interesante comprobar como la familia, y sobre todo las reuniones familiares, han acabado siendo casi un género propio dentro de la dramaturgia anglosajona. Desde El llarg sopar de Nadal hasta Agost ha habido muchas celebraciones y muchas comidas en familia que han servido para desemmascar problemas latentes y acercar, o separar, personajes unidos por vínculos afectivos. En el caso de Humans no estamos muy lejos de estas premisas; la llegada al piso de Nueva York, la abuela enferma, la unión de las hermanas, la comida del Día de Acción de Gracias… Todos son temas que ya hemos visto en otros argumentos, pero que aquí se ven actualizados con la introducción de una hija lesbiana o algunos apuntes sobre los atentados del 11 de septiembre. Quizás la gran aportación de Stephen Karam es la de explicar menos de lo que suponemos que pasa. Es obvio que al final no resiste la tentación de dar algunas explicaciones, pero la mayor parte de la obra pasa entre pequeñas insinuaciones, miradas furtivas, conversaciones que se escuchan desde detrás de una puerta o diálogos que quedan a medias. Todo eso aliñado por unos cuántos elementos -los ruidos de la vecina china, las bombillas que se funden…- que aportan el toque de misterio justo para subir la trama hacia algo más elevado que la triste realidad de la familia Blake.

Mario Gas ha optado por no alejarse mucho del referente de Broadway. Para empezar opta por un decorado que parece calcado al de la versión americana, a pesar de que seguramente la obra -como otras muchas del realismo norteamericano- ya marca una distribución muy clara de los elementos escénicos. Por otro lado, se enfrenta a un texto muy coral, que en ocasiones funciona como una auténtica partitura. Los solapamientos y las conversaciones simultáneas no siempre han quedado del todo bien resueltas, pero supongo que con algo más de rodaje acabarán mejorando. Respecto a las actuaciones, quizás me han faltado matices en el caso de las dos hermanas, mientras que la evolución de la madre se me ha hecho un poco extraña. Por su parte, Jordi Bosch despliega su bonhomia habitual, que tan buenos resultados le ha dado en escena, y Maife Gil borda un personaje casi silente pero de una gran dificultad técnica. En definitiva, una obra que destaca por su texto -una buena unión de tradición y nueva dramaturgia- y por la simpatía que despierta en si todo el producto.

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