Mami es un espectáculo de 70 minutos sin palabras que sería difícil de enmarcar dentro de una categoría concreta. Está muy cerca de los montajes que nos trae de vez en cuando el grupo Peeping Tom (Vader, Moeder, Kind), pero con una estética más similar a las que nos ha acostumbrado otro director griego como Dimitris Papaioannou (The great tamer, Tranverse orientation, Ink). Todos tienen su universo particular y característico, pero Mario Banushi parece estar en medio de varias tendencias. Este director albanés afincado en Grecia desde pequeño ya va por su cuarto espectáculo en menos de cinco años, y sus buenos resultados lo han llevado a encabezar la vanguardia teatral griega.
Cuando uno ve un espectáculo como este se tiene que dejar llevar desde el primer minuto. Vemos un cubo que hace de casa, una farola de calle y un camino de arena. La mujer embarazada que sale del habitáculo para tirar la basura pronto se transformará en una vieja, y por el medio pasará toda una vida y toda una retahíla de circunstancias con unos hombres que tanto juegan el papel de amante, de marido o de hijo. Según el director, el espectáculo es un homenaje a todas las madres, a la maternidad en su concepto más amplio. Esto queda claro cuando lo vemos salir, hacia el final, para cortar un cordón umbilical imaginario… Un resumen visual de lo que son los vínculos y las correspondencias entre madres e hijos, desde el inicio hasta el final.
Mami destaca, sobre todo, por unas imágenes bellísimas que pueden salir casi de la nada. Con muy pocos elementos –los mismos que se depositarán al final en una especie de túmulo funerario- se crean delante nuestro momentos casi oníricos, mágicos y que van arraigando en nuestra memoria. Solo por el momento del supuesto casamiento o del entierro del final, sin hablar de todo el juego que da la casa, ya habría suficiente para acercarse a conocer a este nuevo director. Estoy casi seguro que lo veremos a menudo en próximas ediciones del Grec.