Esta reposición de Maria Estuardo parece haber sido más oportuna de lo que los mismos programadores imaginaban. Cuando en escena oímos hablar de las responsabilidades del Estado y del poder judicial no podemos desconectar del todo de la realidad… Hay un eco lejano que acompaña durante todo el rato a las dos reinas protagonistas, y cuando al final -en los aplausos- las dos actrices que las interpretan dejan dos grandes lazos amarillos encima de unas sillas, todo parece encajar de alguna manera. De hecho, Schiller aprovechó el texto para reflexionar sobre la política, la justicia, la religión y otros elementos que asolaban la Europa de su momento, trasladando los principios del romanticismo a un argumento histórico que le importaba relativamente.
Pero dejando de lado los vasos comunicantes de la historia, Maria Estuardo es uno de los grandes textos dramáticos del siglo XIX. Fue uno de los primeros que tenía a dos mujeres como protagonistas, y además sirvió para crear unos personajes complejos, contradictorios. Dos víctimas de su tiempo y de las exigencias del poder. Sergi Belbel ha sabido encontrar muy bien las aristas de cada personaje -también de los secundarios- y ha vuelto a dirigir con un gusto exquisito y minucioso, que poco a poco se va convirtiendo en marca de la casa. Con muy pocos elementos, pero con una dosificación muy acertada de los efectos dramáticos, va generando en el espectador un interés y sobre todo cierta comprensión hacia unos personajes que, según cómo, hubieran podido quedar un poco esquemáticos. Sin duda, las interpretaciones de Sílvia Bel y Míriam Alamany tienen mucho que ver en el éxito de la propuesta.