De reflexiones sobre el teatro y la vida de los actores/artistas se han hecho miles y miles, en diferentes momentos históricos y con detonadores sociales diferentes. Carles Alfaro lo hace a partir de textos de Anton P. Txékhov y cuenta encima del escenario con Francesc Orella, siendo el artífice de esta introspección al mundo de la dramaturgia.
Pues bien, no funciona. A pesar de la buena interpretación de Orella, el cual siempre es un placer ver demostrando su arte escenográfico, la obra, y sobretodo el texto, se hacen interminables. Todo empieza, con un actor al que le acaban de hacer un homenaje por su carrera en los escenarios. Se queda solo y borracho en el camerino, hasta dormirse. Durante su sueño reflexivo, una técnica muy utilizada el hecho que la consciencia hable a los personajes en su mundo onírico, hace un repaso a su vida, a sus papeles y a la soledad que le ha acompañado desde que decidió hacer vida en los escenarios. Un repaso que hace acompañado de tres “fantasmas” que le ayudan a ver su vida con perspectiva – un poco al estilo Scrooge y sus fantasmas del pasado, presente y futuro-.
La reiteración del mundo teatral, con el repaso y la puesta en escena de diferentes montajes que han marcado la trayectoria del protagonista, se hace bastante pesada. Igualmente, estas escenas tienen una longitud innecesaria que hacen desconectar al espectador con demasiada frecuencia, perdiendo el hilo de la historia que se nos quiere explicar. Los momentos cómicos, que hay alguno, quedan tapados por la densidad del texto y de su ejecución torpe sin un ritmo ágil, ni una evolución clara de la historia.
Los momentos musicales, que podrían aligerar la pesadez de la complejidad de las palabras, queda como un añadido insulso, muchas veces innecesarios y muy prescindibles. De la misma manera, las intervenciones de Nina, Cristina Plazas y Bárbara Granados quedan como un añadido impostado, con un punto de vodevil, pero sin llegar a la comicidad necesaria para hacerlas entrar en el juego y en la mente de los espectadores.
Si una cosa se puede destacar positivamente es la escenografía utilizada, a modo de camerino reconvertidos en diferentes estancias de una casa o en el propio escenario. El juego con las luces y los espacios está muy bien construido, aunque los espectadores de las últimas filas del teatro muchas veces tendrán que agudizar su sentido visual para poder intuir que pasa en el escenario.