Hemos visto en los últimos años a Roberto G. Alonso actuando para otros (A mí no me escribió Tennessee Wiliiams, El gran teatro del mundo, Els homes i els dies), involucrado en proyectos de cabaré (Cabaré 13, Laberitnt Streaptease, Jo travesti) o bien dirigiendo el movimiento o las coreografías de algunas obras de texto (Afanys d’amor perduts, L’hort de les oliveres). Serían innumerables los espectáculos en los que se ha visto inmerso, de una forma o de otra, en los últimos años. Pero todo esto no nos tiene que hacer olvidar los orígenes: de donde sale el artista, la compañía de danza que crea hace más de 20 años, etc. Y es que por encima de todo, Alonso es uno de los coreógrafos de contemporáneo más interesantes de Barcelona. Aunque se prodigue poco, un espectáculo como Loneliness sirve para reivindicarlo y ponerlo de nuevo en primera línea.
Loneliness nos habla directamente y sin tapujos del bullying. Ambientado en un instituto, los bailarines –todos muy jóvenes- nos retratan el primer rechazo, el aislamiento y la humillación infringida a la víctima de esta denunciable práctica. Veremos situaciones de poder, de pérdida y, sobre todo, de soledad. Y todo esto, con símbolos juveniles por excelencia (las pelotas de baloncesto o las taquillas de los vestuarios) pero también con símbolos de una nueva identidad y de la diferencia (los zapatos de tacón). Pocos elementos, pero muy contundentes y muy claros, sobre todo para que los jóvenes se sientan referenciados y lo entiendan a la primera. No se debe que olvidar que el TNC ha programado varias funciones matinales para público adolescente.
Pero por encima del tema, y de su contundente mensaje, Loneliness es un espectáculo de danza con una coreografía bellísima y muy exigente. Si tenemos en cuenta la corta edad de los ocho intérpretes todo adquiere, todavía más, un gran valor. Estamos, por lo tanto, ante un montaje meritorio, bien construido, y mejor ejecutado.