Al igual que los protagonistas de las novelas El proceso, de Kafa, o las más modernas El móvil, de Javier Cercas, o Que nadie duerma, de Juan José Millás, el personaje principal de L’imperatiu categòric lleva una vida de lo más normal y anodina hasta que un día se encuentra sobrepasado por la presión del entorno. ¿Un camino hacia la locura? ¿O quizás solo una reacción, entre real y figurada, hacia un presente que oprime? Seguramente todas las respuestas podrían ser válidas, e incluso habría la posibilidad de que todo fuera un proceso mental para escapar de la realidad.
El gran acierto de Victoria Szpunberg –y hay muchos de aciertos en su propuesta- es la hábil mezcla entre filosofía y drama, punteado también con pinceladas cómicas que distienden las situaciones planteadas. No es la primera vez que vemos subir discursos o planteamientos filosóficos a los escenarios. Lo hemos visto cuando se habla directamente de filósofos concretos (Sócrates, Viejo amigo Cicerón, La disputa) o cuando las situaciones nos remiten a preguntas sobre la existencia y el ser humano en general (Els Watson, sin ir más lejos). Esta vez, la autora recurre a Kant y también a Kafka para elaborar un discurso donde lo más importante es la comunicación –infructuosa, en este caso- con los demás. Clara, la protagonista, no entiende a sus alumnos, no consigue que le escuche su jefe, no sabe comunicarse con su vecino y no acaba de asimilar el tratamiento que le propone su médico, las oscuras propuestas de la cita de Tinder o los engaños del agente inmobiliario. Y suponemos que también había problemas de comunicación con su marido –el gran ausente-, del que se acaba de separar.
Todo el mundo puede haberse sentido perdido en alguna ocasión, y todo el mundo puede haber tenido la sensación de que nadie lo escuchaba o lo entendía. Por lo tanto, la empatía con Clara es inmediata, sobre todo si lo interpreta una Ágata Roca pletórica y afinada desde la escena inicial hasta su última intervención a pie del patio de butacas. La actriz consigue dotar de fragilidad y también de una gran ironía –Roca es realmente una experta en este campo- a su personaje, consiguiendo que lo acompañemos y lo entendamos incluso cuando toma decisiones complicadas o difíciles de asimilar. A su lado, haciendo todos los papeles masculinos del auca, tenemos a Xavier Sáez, que no pierde oportunidad para mostrar con pequeños matices toda una galería de hombres muy reconocibles.
La comedia –o drama, o lo que queráis llamarle- se acaba de redondear con la precisa dirección de Szpunberg y con una interesante escenografía de capas, obra de Judit Colomer. Solo podríamos objetar –y con matices- la utilización de las voces en off. No me han molestado, pero entiendo que puedan distraer en alguna parte concreta de la obra. Sea como sea, vale la pena ver un montaje que parece nacer de las entrañas, al igual que aquel El pes d’un cos, del que ya disfrutamos hace unas temporadas.