La emoción de un texto monumental

L'herència

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L’herència → Teatre Lliure - Montjuïc
02/03/2025 - Teatre Lliure – Montjuïc

Hay obras de teatro que son monumentales, ya sea por su desafío, por su ambición o porque acaban siendo un fenómeno extrateatral. Ahora me vienen a la cabeza Àngels a Amèrica, Homebody/Kabul o Agost, por poner solo ejemplos de la dramaturgia norteamericana, siempre empeñada en construir obras que aspiran a ser “más grandes que la vida”. En este caso estamos ante una obra magna, no solo por su duración extrema (recordamos que las dos partes de Àngels a Amèrica tenían una duración incluso superior) sino por la fuerza del mensaje y por la voluntad de unir generaciones ante problemas comunes. Matthew López escribe un texto que bebe directamente de autores como O’Neill o Kushner, pero que se presenta con una prosa directa, aparentemente más sencilla, pero cargada de humanidad y un conocimiento profundo de los personajes y los conflictos que quiere desarrollar. En este sentido, es de admirar el ritmo que tiene la narración, la estructura interna de la pieza y también la forma que tiene de superponer capas de contenido (la construcción de una novela, la novela en sí misma, la licencia de colocar a E.M. Forster en la trama, etc.) Una filigrana que no notamos, y que solo un gran autor puede servir con tanta facilidad.

La aventura de hacer esta obra en catalán empezó hace unos ocho años. Y es que no es fácil enfrentarse a un texto de esta complejidad, convencer a un teatro para que se atreva con una duración tan larga, convencer a unos actores para que se dejen la piel en cada función y hacer que el público se embarque en un viaje como este. Esto se ha conseguido, en parte, a un reparto encabezado por actores jóvenes bastantes conocidos; un reparto en estado de gracia del que destacan sus dos protagonistas, un Albert Salazar que es consciente de que está ante el reto más grande de su carrera y un Carlos Cuevas que tira de fuerza, vitalidad y entusiasmo. Los dos están espléndidos, pero no hay que olvidar Carles Martínez (brillante y emotivo como Morgan y como Walter), Abel Folk y Marc Soler en otro doble papel muy interesante… y muy difícil. Los otros intérpretes –hasta un total de 13- acompañan igualmente la emoción de la trama como sí de un coro griego se tratara, desdoblándose en varios personajes y observando siempre la historia como testigos o notarios de unos hechos excepcionales.

Pero no podría dejar de hacer este comentario sin citar la brillante tarea de dirección de Josep Maria Mestres, un director que lleva ya muchos años y que quizás nunca hemos reivindicado de la manera que se merece, a pesar de haber dirigido grandes y exitosos montajes (Un matrimoni de Boston, Els Watson, L’oreneta). En L’herència nos regala una dirección minuciosa y muy estudiada, con una gran atención por las interpretaciones –marca de la casa- y también por la composición de las escenas. La lenta transformación de la sala de ensayo hasta la casa que veremos al final (gran mérito de Lluc Castells) es de una elegancia y un virtuosismo que solo puede hacer un gran director, al igual que la escena final del primer acto… que no explicaremos para que la podáis disfrutar mejor y con toda la emoción que merece.

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