Todos sabíamos que esta obra era una reproducción y no una versión del mítico montaje de Fabià Puigserver. Sabíamos que el reparto era completamente nuevo. Sabíamos que todo sería igual… pero que nada sería lo mismo. Efectivamente, así ha sido. Creo que una parte de Puigserver está encima del escenario, puesto que la escenografía y las notas de dirección son réplicas exactas. También tenemos el mismo vestuario de César Olivar, que luce igual de bien que hace 27 años. Pero hay algo en el espíritu de la función, en el ritmo y en la cadencia de la comedia que no acaba de funcionar igual. Es difícil de precisar, pero si veis cualquier grabación que circula de la pieza original -con Lluís Homar, Emma Vilarasau, Anna Lizarán, Jordi Bosch y Carlota Soldevila, entre otros- lo entenderéis enseguida. Es sutil, pero también es comprensible, puesto que para los actores no es lo mismo estrenar un vestido completamente nuevo que meterse en la piel de unos personajes ya construidos… El momento de la compañía tampoco era el mismo, el espacio de Gràcia lo hacía todo más acogedor, y el público ha crecido casi treinta años y ha visto muchas y muchas cosas nuevas que quizás le han hecho variar gustos y preferencias. Sea como fuere, muchos revivirán un momento dulce del teatro catalán y los más jóvenes descubrirán el buen gusto y la elegancia de Puigserver, uno de los grandes puntales en los que se basa todavía el estilo del Teatre Lliure. Quizás sí que estamos ante un anacronismo, pero puesto que lo tenemos… intentemos disfrutarlo al máximo.
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