Tres amigas se reúnen para hacer repaso de sus vidas y recordar a alguien que ya no está o bien situaciones pasadas. No se trata de un argumento precisamente original –hemos visto muchas veces esta historia, ya fuera en Fitzroy o en Las irresponsables, por poner solo dos ejemplos- pero siempre hay algún aspecto nuevo. En este caso, Lucía Carballal ha intentado que las protagonistas hicieran un análisis de lo que habían hecho mal, de las renuncias que habían tenido que hacer en su vida. También consigue hacer un repaso de las diferentes maneras de vivir el feminismo en la generación de mujeres que pasa de los cincuenta. Quizás el recurso para conseguirlo acaba siendo un poco forzado, pero el resultado es óptimo y la dirección de David Selvas resuelve con nota algunas carencias del texto.
El envoltorio para la historia es el bar de un hotel vintage –a algunos quizás les recordará más a Luz de Gas-, con su cantante, su piano-bar, las arañas colgadas del techo y el tapizado rojo. Todo es cómo de otra época, al igual que las canciones (Yo no soy esa, Me olvidé de vivir, Por qué te vas), pero los personajes son de ahora mismo y les toca vivir con nuevas formas de entender la vida, nuevas maneras de relacionarse y de resolver problemas. Alguno de estos problemas tiene que ver con la maternidad, otro tema recurrente en nuestra cartelera teatral.
Lo más importante de Las Bárbaras es su apartado interpretativo. Tenemos a una Cristina Plazas que destaca principalmente en la parte final –la más dramática- y a unas María Pujalte i Francesca Piñón pletóricas. Es cierto que quizás ellas dos tienen los papeles más agradecidos, pero sus intervenciones son esperadas por el público con avidez, puesto que demuestran una vez más que son de aquella raza de actrices que no desaprovecha una réplica por pequeña e insignificante que pueda parecer. Un gran recital.