A pesar de ser un gran referente del teatro francés, montar una obra de Molière tiene sus riesgos. Ya hemos visto en algunas ocasiones cómo ciertas comedias de autores clásicos pueden llegar a hacerse muy pesadas y perder toda la gracia si no se sabe hacer jugar a favor el material de partida. Se tienen que entender, se tienen que saber actualizar con respeto a través del ritmo y se tiene que saber universalizar su argumento sin profanar su espíritu. Todo esto es, básicamente, lo que ha sabido hacer bien Josep Maria Mestres con L’avar. Director de la también bastante simpática Amor & Shakespeare, ha tenido la destreza de encontrar el tono y el dinamismo adecuado, con una puesta en escena sencilla pero muy bella y elegante, consiguiendo resultar moderna sin trucos estrambóticos: sólo el talento de sus actores y la medición de su comicidad. En este sentido, supone toda una alegría descubrir a un Joan Pera que utiliza su larga experiencia y su veteranía cómica en favor de la propuesta, sin caer ni un momento en su habitual autoparodia. Así, bien acompañado por un puñado de intérpretes bastante solventes, Pera demuestra una inteligencia y precisión humorística que ya no recordábamos que tenía, al menos dentro de un contexto más ambicioso, y que se puede hacer reír con un Molière sin necesidad de burlarse ni convertirlo en un show de variedades. Una buena lección que, desgraciadamente, no vemos más a menudo.
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