Una serie de personajes se reúnen para escuchar canciones. ¿Es un ritual, un aprendizaje o un tipo de exorcismo? Cualquier respuesta podría ser la correcta, porque los personajes de Pablo Messiez pasan siempre por una montaña rusa de emociones… ya sea en busca de respuestas o simplemente para sanarse. Con el eco chejoviano de Las tres hermanas, la trama fluctúa entre la comedia y el drama, mientras que las melodías se van sucediendo y el público entra en una especie de comunión muy especial.
Uno de los grandes aciertos de este espectáculo, que los tiene de sobras, es el de explicarnos una historia que habla directamente de las emociones. Sabemos muy poco de los detalles -¿qué hizo el padre? ¿qué terrible situación los ha marcado de por vida? ¿qué buscan los dos invitados?- pero acabamos conociendo muy bien a los protagonistas. Sabemos de sus obsesiones, de sus deseos ocultos, de sus necesidades vitales. Un conocimiento que tenemos por lo que hablan -o por lo que callan-, pero también por los rótulos que van saliendo y que interpelan directamente al espectador.
El reparto es otro de los triunfos. Siete jóvenes intérpretes que demuestran estar en clara sintonía con lo que se quiere explicar, y sentir. Destacan sobre todo Rebeca Hernando y Carlota Gaviño, quizás para tener unos personajes más marcados, pero sería injusto ningunear el valor de todos los demás. Por cierto, llegados a la pausa (o falso entreacto) recomendamos que nadie deje la butaca ni para ir al baño… Si lo hacéis, posiblemente os perderéis una catarsis colectiva, a expensas de Nina Simone, que hacía mucho tiempo que no vivía en una platea.