Lapònia sigue las reglas habituales de las comedias de boulevard, e incluso lo que podría parecer una premisa original parte de otras tramas con niños ausentes de la escena, pero absolutamente protagonistas: El nom, La pell fina, Un Déu salvatge. Aquí, una niña de cuatro años le estropea la nochebuena a su primo, que ha venido a Finlandia desde Cataluña con sus padres. Cómo era de esperar, la noche se estropeará también por los adultos, que pronto empezarán a sacar una larga lista de reproches y pequeños secretos que lo pueden cambiar todo. Cómo es habitual también en este tipo de comedias, las situaciones comprometidas se van sumando y van apareciendo por todos lados, aunque sea a expensas de la verosimilitud de la historia. El objetivo, está claro, es conseguir la carcajada y la complicidad con los personajes… o al menos con algunos de ellos. Lapònia lo consigue todo. Hace reír de lo lindo, hace pasar un buen rato a espectadores muy diversos y también cae en pequeñas contradicciones… pero todo es a favor de la trama, y de las reglas del género.
El reparto es de aquellos que no te permite fallar. Anna Sahun y Albert Prat forman un matrimonio aparentemente idílico, pero con una mochila llena de aceptaciones forzadas, pequeñas mentiras y falsas creencias. David Bagès lo clava como el marido calzonazos –al menos en apariencia- que se emociona fácilmente y que no sabe cómo parar a su impetuosa mujer, una Míriam Iscla que se gana al público con su primera aparición… y sin decir palabra. Un cuarteto acertadísimo que hace de una comedia convencional una obra brillante, y con clase. Supongo que la dirección del eficaz Nelson Valente también ha tenido mucho que ver.