Quizás lo más curioso de las propuestas de Titzina Teatro es que su forma y personalidad no se asemejan mucho a la de otras compañías y fenómenos teatrales que han tenido, recientemente, un cierto éxito internacional. La austeridad escénica, un contenido comprometido y textos de nueva creación donde el sentido del humor se mezcla con la cotidianidad, la poética y diálogos de calado filosófica son algunos de los rasgos característicos que definen aquello que algunos ya denominan el “sello Titzina”. En su nuevo montaje, La zanja, abordan un tema tan interesante como ambicioso: la repetición de la historia, concretamente, la explotación de Sudamérica por parte de los españoles. El espectáculo pone ante un espejo con una sencillez y efectividad notables el conflicto entre el técnico de una multinacional minera y el alcalde de un pueblo en paralelo al encuentro del conquistador Pizarro y Atahualpa, el último rey del imperio inca. La pieza configura con habilidad una perspectiva profunda de reflexión sin caer en la densidad o la pedantería. De este modo, Diego Lorca y Pako Merino ofrecen una obra donde la crítica socio-política cala hondo y que deja sobre la mesa algunos interrogantes de gran valor.
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