A veces seguir la tradición familiar, en cuanto a la vocación, comporta conectar en cierta manera con los y las antepasados y seguir teniéndolos cerca, aunque ya no estén. Sus consejos y sus palabras, aquellas que muchas veces no tenían sentido, quizás con el paso de los años van cogiendo cuerpo y entendimiento. Continuar con este contacto después de mucho tiempo y sentir que aún te acompañan es reconfortante y necesario.
En La veritat sobre la llum Anna Maria Ricart adapta la novela de Audur Ava Ólafsdóttir que tiene como protagonista a una comadrona que trabaja en el hospital de Reykjavík y ha asistido a casi 2.000 partos. Ha seguido la vocación de su tía, una prima y otras familiares. Una generación tras otra ha ayudado a traer criaturas al mundo. De hecho, vive en el piso de su tía, a quien aún recuerda como si la tuviera al lado -y la tiene en la obra-, repasa sus escritos sobre la humanidad y rememora sus consejos mientras, en medio de una tormenta, hace caso a su hermana y conoce a un turista. Todo, siempre, sin dejar de lado su trabajo.
Un montaje muy detallado, con una escenografía potente que abarca todos los escenarios que necesita el relato, de manera que el público se sitúa fácilmente en cada segmento sin dificultad y, sin mucha ayuda, sabe tanto la ubicación espacial como la temporal o la interpretativa. El diseño sonoro y de luces es preciso y envuelve a la espectadora adentrándola sin remedio en la historia -precioso el momento del estallido de la tormenta-.
Un reparto talentoso que se encuentra capitaneado por Maria Casellas y Rosa Renom, que asumen el papel de narradoras de manera experta, viviendo cada situación y palabra que exponen. Renom como la tía que aconseja y anima a la sobrina a ir hacia delante y Casellas redescubriendo la vida poco a poco, aunque sea la responsable de traer muchas vidas al mundo cada día. El viaje que hacen las dos mujeres es paralelo y con un objetivo común que, de manera natural, van trazando conjuntamente con el resto de personajes, dejando claro que las coincidencias quizás no lo son tanto.
Ricart trae un texto muy literario al escenario y, en ciertas ocasiones, se pierde en las construcciones del relato que hacen adentrarse a la lectora en el libro, pero que no acaban de tener un buen papel en el teatro. No es así toda la obra, pero sí que cuando se producen su peso ralentiza la narración y se distancia de la dramaturgia.
Una reflexión sobre la vida, las decisiones y las coincidencias elaborada de manera tierna y honesta.