No hay ninguna emoción que Shakespeare no haya abordado con sus obras. Desde el amor más joven y obtuso, hasta la desidia, la ambición, el honor o la venganza. Sentimientos muy humanos que, además, siempre extrapolaba con sus textos de una manera próxima y directa, aunque utilizando el pentámetro yámbico.
Un naufragio de un barco en medio de una tormenta cerca de una illa es el punto de partida de esta obra. En esta nave viajan el rey de Nápoles con su hijo, el duque de Milán y todo un séquito. Este fenómeno atmosférico es provocado por Próspero, un hombre exiliado en la isla con su hija después de haber perdido a manos de su hermano el ducado y todo lo que poseía. Todo empieza como un plan para vengarse de sus enemigos y, con ayuda de la magia y los espíritus del territorio, descubrirá nuevas maneras de pensar y actuar.
Aún y habiéndose representado diversas veces y haber llegado al cine en algunas ocasiones, esta obra de Shakespeare no es tan popular como otras. De hecho, su carácter onírico y no tan contundente en sus objetivos –una venganza que queda un poco disuelta en el tiempo- hace que no sea tan potente como otras. Eso sí, continúa siendo una delicia de texto y un disfrute para ver en la escena teatral.
Oriol Broggi dirige una adaptación que impacta, como acostumbra a pasar con las obras que produce La Perla 29, por su puesta en escena. Una escenografía trabajada con un decorado sencillo, pero significante, acogen una coreografía de movimiento y representación muy cuidada. El diseño sonoro y de luces acompañan esta creación del espacio para dotarlo de un marco que sumerge a la espectadora.
Aunque el montaje es precioso a nivel estilístico y artístico, sí es verdad que la disposición en el teatro de ciertos personajes hace perder la sonoridad de los diálogos en contadas ocasiones, haciendo difícil entender aquello que dicen. La primera escena es un ejemplo, aunque seguramente esta es la voluntad en este primer pasaje, también pasa en otros momentos en que las palabras de Shakespeare, con la maravillosa traducción de Jaume Coll Mariné, se pierden en el aire y dificultan la comprensión de cada parte del texto.
Se trata de una obra coral, con intérpretes que bailan entre más de un personaje en algunas ocasiones, y cambian radicalmente su disposición en el escenario transformándose según las necesidades de la trama. Es Lluís Soler, por eso, quien roba toda la atención con cada intervención. Interpreta su personaje con mucha solidez, crea harmonía con sus movimientos, las pausas y la entonación y vocalización perfecta, hecho que permite entregar las palabras de Próspero con sabiduría y contundencia. Su actuación atrapa al público, que lo sigue en esta fábula de espíritus y venganza.
Una producción potente y ambiciosa a nivel visual, que traslada al público a una isla llena de aventuras y enredos, al mismo tiempo que hace pasar un muy buen rato –a pesar de la incomodidad de las sillas-.