Ya hace tiempo que el teatro afronta, desde diferentes puntos de vista, el tema de los abusos de poder, sexuales y de todo tipo. El abuso, desgraciadamente, todavía es portada de la información diaria y seguramente seguirá llamando la atención de muchas autoras y algunos autores. También es cierto que, como espectadores, estamos llegando a un punto de cierta saturación… pero la gran aportación de Marta Aran es que ha tratado el tema desde un ángulo no del todo explotado. La autora -reconocida por obras como La noia de la làmpada o Els dies mentits– nos habla de los abusos invisibles, los que se silencian por vergüenza o por «no tener importancia», y los liga con el imaginario religioso y las reminiscencias de la cultura cristiana que nos rodea.
La obra quizás se enreda por caminos excesivamente pedregosos y áridos. Y no lo digo tanto por la temática, sino por la abundancia de conflictos y una estructuración que puede acabar resultando demasiado densa. Por suerte, Aran nos ofrece una dirección llena de recursos y pequeñas sorpresas. Además, la producción del espectáculo es del todo acertada, consiguiendo un acabado técnico casi perfecto con unos medios seguramente limitados y aparentemente simples. Por lo tanto, un montaje que no decepcionará a los que lo vayan a ver por su mensaje ni a los que vayan por otros motivos más artísticos.