Muchas veces se ha hablado de Brian Friel como del Chéjov irlandés, y lo cierto es que hay algunos elementos de su teatro (las dudas existenciales, la honradez hacia un mismo o la investigación de la verdad) que así lo prueban. La resposta es quizás la obra más chejoviana de las que le hemos visto en nuestros teatros, pero quizás también por eso es la que menos ha conectado con el público. Me explico… Chéjov siempre ha sido un autor complicado de llevar a escena y de acertar con el tono, y esta es una trampa en la que tanto Friel como la dirección de Sílvia Munt han acabado tropezando, como tantos otros lo han hecho antes. No basta con mostrar una galería de personajes con crisis diversas si realmente no hay ninguno con el que acabamos empatizando. No es suficiente hacer una obra coral si todo ello no tiene detrás un elemento vertebrador. ¿Podría ser la hija hospitalizada? Quizás sí, pero creo que en este caso la hija es un elemento revulsivo pero no un eje que cohesione a todos los personajes.
La propuesta de Sílvia Munt peca de complaciente y un poco fría. La misma decisión de la escenografía -que provoca problemas de audición importantes- ya es toda una declaración de intenciones. Es cierto que hay momentos estéticamente muy bonitos, como son todos los de las proyecciones, pero en general da la sensación que hacía falta un espacio más cálido, que agrupara y no disgregara más a este heterogéneo grupo de amigos. En cuanto a las interpretaciones, pienso que hay tonos diferentes, e incluso ideas diferentes del drama que se está interpretando. Pero a pesar de todo, habrá gente que se sentirá identificada, gente que se emocionará y algunos que quizás acaban viendo a Friel en el espejo del dramaturgo ruso.