La figura de Federico García Lorca es, casi con total seguridad, la más influyente de la historia reciente de nuestro teatro. No sólo por su obra, magnífica y perdurable, sino también por el trágico final de su vida y lo que su muerte significó para el recuerdo de nuestro pasado vergonzoso. La piedra oscura es un texto sólido que muestra una cara poco conocida de los hechos, tratados con ciertas licencias pero mucha sensibilidad y respeto. A través de la figura de Rafael Rodríguez Rapún, compañero sentimental de Lorca que fue asesinado un año después que el poeta, el dramaturgo Alberto Conejero crea una pieza de talante clásico, a ratos muy emotiva pero, básicamente, estremecedora. La tristeza que impregna la trama difícilmente se puede esquivar. Pero tanto el autor como su director, Pablo Messiez, tienen la habilidad de caminar con cuidado sobre las heridas del alma que ponen ante nuestros ojos: con paso firme pero sin ninguna prisa. Por otro lado, los dos actores hacen una composición de personaje valiente y llena de entereza donde, sobre todo, Daniel Grao destaca por su serenidad. Se trata, no obstante, no nos engañamos, de un montaje pequeño que pretende servir de homenaje a la memoria y de denuncia de las injusticias que todavía arrastramos. En este sentido, resulta tan contundente, necesario y efectivo como, a su manera, complaciente.
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