Si decae la pasión, decae el espectáculo

La partida d'escacs

La partida d’escacs
28/05/2019

A veces hablamos de las manías que tenemos, de aquellas cosas que nos preocupan más y que, incluso, marcan un poco nuestra vida y la relación con los otros. Bien, más que manías, yo lo llamaría obsesiones. Y un poco de esta tozudez del ser humano es de lo que habla La partida d’escacs de Stefan Zweig de la cual ha hecho su versión Iván Morales con un único protagonista, interpretado por Jordi Bosch.

Todo empieza cuando el narrados nos explica que se encuentra en un barco que está haciendo una travesía. Durante el trayecto, este personaje descubre que entre los compañeros que tiene se encuentra un campeón mundial de ajedrez. En aquel momento, y bajo su “manía” de conocer a todo el mundo y sus vicisitudes, “engaña” a otro viajero para jugar al ajedrez y, así, llamar su atención. Cuando lo consigue y accede a jugar contra ellos, acaban conociendo a una persona con una historia peculiar que tendrá una obsesión enfermiza: el ajedrez.

La puesta en escena, sencilla y minimalista, consigue atrapar desde el primer momento. Sin muchos artificios, rápidamente nos ubicamos en este barco imaginario formado por lámparas y un par de sillas. La ambientación de música y luces es todo un acierto. Eso sí, aunque la música está elegida con buen ojo para la imagen que se quiere crear, peca de estar demasiado alta en más de una ocasión, impidiendo que escuchemos con claridad el monólogo que nos ofrece Bosch como único personaje. Pero los cambios de escenario y el juego con los elementos que pululan, como los golpes de efecto y sorpresa son una de las partes más destacadas de la producción.

Jordi Bosch tiene el carisma ideal para dar vida al narrador de esta historia, llena con su sola presencia el escenario y nos va induciendo hasta que quedamos atrapados en esta historia rodeada de incertidumbres, misterios, injusticia y mucho dolor. Aunque hace un buen papel, al principio la voz de Bosch queda eclipsada por la música y eso hace que el espectador tenga que afinar demasiado el oído para entender aquello que nos está explicando y, por el camino, pierde detalles muy interesantes de sus movimientos y de los elementos con los que juega. También se tiene que decir que el texto al principio cuesta más de digerir, y que a medida que avanza la trama, el público se va implicando más en el drama personal del protagonista.

Con un inicio un poco difícil de atrapar, el texto, Bosch y todo aquello que lo envuelve consiguen que el espectador esté atento a toda la narración, impaciente por saber cómo acabará todo. A medida que crece la intensidad de la historia, Bosch se va haciendo más grande en el escenario llegando a cada una de las personas que se encuentran en las butacas del teatro. Lástima que, cuando parece que todo tiene que explosionar en un final épico, en la vertiente que sea, pero con una contundencia que deje al público enganchado en la silla, la misma pasión decae de repente como un jarro de agua fría dejando al espectador agradecido por el espectáculo, pero con una sensación de incerteza y vacío. Puede que esta sea la sensación que buscaba la obra, pero este regusto final no acaba de hacer redonda la obra.

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