¿Quién iba a decir que una tarde de domingo sería el detonante que haría explotar una situación que estaba latente desde hacía mucho tiempo? ¿Qué la simple pregunta “¿qué haremos esta tarde?” sería el punto de partida del final de una historia?
Y es que es así como empieza la trama de esta obra. Cuando los tres compañeros de piso -Lara, Judit y Sebi- se plantean con qué actividad pueden acabar el domingo. Sebi y Lara empiezan proponiendo planes, pero a Judit no le parece nada bien. Les recrimina que quieran hacer cosas por hacer, sin ninguna voluntad de provocar un cambio en su vida. Y esta discusión, que encierra muchas cosas detrás, da pie a una escalad de violencia -principalmente verbal- que acaba por poner pata arriba toda su realidad. En medio de esta situación llega el hermano de Lara, Abel, un aliado para ella y un enemigo para Judit.
Y es que Judit, interpretada por Laura Daza, lleva la ira incrustada en su manera de hacer y ser. Siempre se ha basado en este sentimiento, este impulso, para tratar con todo el mundo, desde bien pequeña. Y lo que al principio le hacía ser una persona combativa por la justicia en la sociedad y luchadora de sus derechos y voluntades, ha acabado comiéndose su propio presente, sus amistades y todas las personas que tenía a su alrededor. Solo le queda su compañera Lara (Marta Ossó) y su amigo de la infancia Sebi (Roger Torns), con quién vive en un piso destartalado. Llega un punto que, incluso, los incondicionales se plantean irse de su lado porqué su violencia la está sobrepasando.
Y mientras Judit va escalando en su ira, descubrimos también la violencia que han padecido o padecen ella, Lara, Sebi e incluso Abel (Sergio Torrecilla). Agresiones que en algunas ocasiones parecen tonterías, pero que van minando la vida de cada uno. Palabras, juicios, reproches, menosprecios, humillaciones que convierten sus vidas en diana de una violencia enmascarada en la sociedad.
Con un texto directo y sin embudos, esta producción nos interpela en cada detalle. Las discusiones entre los cuatro personajes nos violentan en algunos momentos hasta esferas que en el día a día serían muy difícil de digerir. Hay momentos de complicidad y música que nos hacen bajar la guardia, pero después llega aquella frase o palabra -normalmente de boca de Judit- que nos golpea y nos devuelve a la realidad.
Lara Daza lo tiene muy difícil, porque su personaje llega a crispar los nervios de la espectadora hasta el punto de querer verla desaparecer del escenario. Y aquí es donde encontramos esta fuerza interpretativa, ya que su ira crece ante nosotros y nos molesta. En algún momento, por eso, esta interpretación queda un poco sobrepasada, quizás es cosa del texto o la dirección, pero algún momento del principio queda forzado.
Ossó, Torns y Torrecilla van acompasados con los personajes, descubriendo sus verdades poco a poco y modificando la visión del personaje en cada minuto. Un aplauso para las dotes musicales de Torns, que nos deleita con un par de números que encajan muy bien en el texto y que nos ayudan a coger aire en medio de tanta intensidad.
La puesta en escena es sencilla y funcional, no se necesita nada más. Igual que el movimiento y el montaje apelan a la mínima distracción, ya que el peso lo tienen las palabras.
Unas actuaciones correctas y un texto interesante, pero hay alguna cosa que no acaba de encajar. Parece que falte algún elemento que acabe de suavizar y encajar mejor texto y dirección. Nos sentimos violentados en algunos momentos, pero en otros hay un esfuerzo extra para que entendamos a los personajes o su historia. No se trata de una conexión natural con aquello que está pasando encima del escenario, es una interacción forzada en muchas ocasiones que provoca, precisamente, que el público rechace -en cierta manera- la narración. Y este es su principal obstáculo.
Eso sí, estamos ante una historia que necesita ser explicada al público, que ayuda a detectar aquellas acciones que no tienen que ser permitidas o asumidas como normales en el día a día. Una vez más, el teatro nos muestra una realidad a la cual muchas veces le giramos la espalda.