Quizás habría que conocer la obra teatral completa de Florian Zeller antes de cogerle manía pero, después de comprobar que La mare comparte la mayoría de los defectos que vimos recientemente a su otra obra El padre, resulta demasiado tentador no ponerle etiquetas. Nos ha quedado claro que al escritor francés le obsesiona la familia, las enfermedades mentales, la soledad y el paso del tiempo; temas que son profundos y francamente interesantes, por otra parte. Desgraciadamente, resulta también evidente que su estilo narrativo (como mínimo en estos dos textos) es confuso, reiterativo y de una presuntuosidad ineficaz. Poca cosa puede hacer una Emma Vilarasau bastante por encima de las circunstancias, con algunos de sus tics habituales, pero haciendo gala de su amplia experiencia y capacidad interpretativa. También la correcta dirección de Andrés Lima, con soluciones sencillas y ambientaciones muy sugerentes, salva, en cierto modo, una propuesta que, en realidad, sobre el papel, se hunde ella sola. El hecho de que sea tan complicado conectar con los personajes, que casi no consiga emocionar y que, después de jugar aleatoriamente con fantasía y realidad hasta el aburrimiento, acabe por no explicarnos casi nada, hacen del conjunto una pieza difícil de defender.
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