La máquina de hablar es una distopia futurista que transita entre la comedia y el drama para hablarnos sobre la soledad y la abolición de los sentimientos en una sociedad tecnológica.
El protagonista Bruno, interpretado por Marc Rosich, es un déspota aislado y obsesionado con su ascenso laboral que combate la soledad con una máquina de hablar, interpretada por Sandra Monclús, con la que vive en constante conflicto.
Esta máquina es una intelectual fascinada por la palabra y la figura de Franz Kafka. Cuanto más se humaniza la máquina mayor es el conflicto con su dueño. Él solamente busca algo de compañía a través de la conversación banal, representado por la lectura diaria del horóscopo, mientras que la máquina no puede evitar “delirar” e implicarse emocionalmente.
El monólogo inicial de la máquina de hablar introduce la idea de paraíso, idea que se retoma más adelante, siendo todo aquello que nos han negado o que no tiene espacio en nuestra vulgar vida. De este modo, Bruno trata de construir su propio paraíso a través de la tecnología, comprando todo aquello que no puede conseguir en la sociedad de forma natural. Una crítica a las nuevas tecnologías que lejos de conectarnos nos aíslan, acostumbrándonos a la inmediatez y generando una impaciencia que según el propio texto es el origen de todos los pecados capitales.
Pero más allá de estimular su conciencia Bruno también necesita estimular el placer corporal. Para ello compra un “perro que da placer” y con la aparición de este tercer personaje se pone en marcha la historia.
El perro que da placer, interpretado por Jordi Andújar, se muestra inicialmente en fuerte contraposición con la máquina de hablar. Si la máquina de hablar representa la conciencia, el perro es el cuerpo. Dos máquinas diseñadas para obedecer a su amo y cubrir sus diversas necesidades. Es interesante el planteamiento sobre la humanización de las máquinas, al más puro estilo de películas como Blade Runner o Her, mostrando robots con mayores atributos humanos que el propio Bruno, tal y como dice el texto “eres humana porque tienes lágrimas y tienes sangre”.
No obstante, en ocasiones se roza la estridencia haciendo un uso excesivo de los gritos cuando una mayor cantidad de silencios podrían ayudar a construir esa tensión que se busca a través de la confrontación verbal. Además, el personaje de Bruno resulta un tanto plano, con riesgo de caer en la caricatura al no evolucionar a lo largo de la obra. Quizás sería interesante acercarlo más al público para que nos identificásemos con él en algún momento y así poder comprenderlo.
En definitiva, una interesante crítica a la sociedad tecnológica que a pesar de flaquear en algunos momentos merece la pena ser vista.