Con los años, los escenarios barceloneses han visto varias versiones de La gavina. Yo recuerdo dos, diametralmente opuestas: la clásica y ostentosa de Josep Maria Flotats y la minimalista de Àlex Rigola. Las dos tenían puntos a favor, y sobre todo tenían el espíritu de Chejov en su interior. Ahora, una cuántos años después, ha vuelto a pasar el milagro y ha aparecido esta versión del Lliure que vuelve a tener el ADN chejoviano, a pesar de aparentar ser una obra de ahora mismo (grandiosa adaptación de Marc Artigau, Cristina Genebat y Julio Manrique, también director del montaje).
La gavina rezuma tristeza desde su mismo inicio, y es un sentimiento que recorrerá la obra de arriba abajo. No es una cosa nueva en Chéjov, que sabía trasladar el malestar de la sociedad y la angustia del ser humano a todas sus obras. Aquí nos habla de una juventud airada y rabiosa –el mal de la juventud, que diría Bruckner-, de la salud mental, del salto generacional, de la crisis –en las obras del autor ruso siempre se habla de dinero-, de un nuevo lenguaje para el teatro, de la vanidad, etc. Temas muy amplios y variados que encajan a la perfección en esta familia supuestamente acomodada que veranea cerca de un lago…
La puesta en escena de Julio Manrique se nota estudiada y meditada. Nada está por qué sí, ni nada falta. A pesar de la desnudez inicial, pronto veremos como una barbacoa, cuatro muebles, o una cama de hospital son suficientes para acompañar el grupo de personajes. Un grupo del que destacan Irina, interpretada por una inspiradísima Cristina Genebat, y su hijo, al que Nil Cardoner sabe dar toda la energía y el empuje que necesita el personaje. A su lado, un nutrido y correctísimo reparto, del que resalta sobre todo un pletórico David Selvas. Creo que su Sorin tiene toda la ironía y toda la humanidad que requiere el personaje, consiguiendo momentos de una gran sensibilidad.
Estamos ante un espectáculo potente, enorme. Un montaje que no traiciona a Chejov –esto ya es una gran virtud- y que acerca el autor ruso a nuestro tiempo de una manera orgánica, natural. A pesar de que alguien todavía no se lo crea, Anton Chejov todavía está vigente y todavía sabe hablarnos de la vida y de todos los escollos que presenta.