Es importante que existan espectáculos experimentales de creación propia e, incluso, colectiva para encontrar nuevos planteamientos teatrales y nuevas formas de exponer las inquietudes de nuestra sociedad. Sin embargo, el peligro de este tipo de ejercicio es no lograr llegar de forma global al espectador que, al no tener un arco narrativo por donde andar, puede perder más fácilmente el interés o quedarse sólo con ciertos fragmentos. La exiliada, la negra, la puta, el caracol y la mística tiene, más o menos, los mismos problemas que su título: es dispersa, demasiado ambiciosa, quiere abarcar muchos temas y acaba por hacerse larga. La intención era buena y, de entrada, tanto la escenografía como el espacio sonoro forman un perfecto envoltorio para el viaje emocional que se nos promete. Desgraciadamente, la mayoría de los textos son insustanciales, aburridos, las secuencias de movimiento agotadoramente repetitivas y lo mismo ocurre con todo su simbolismo: ni impacta, ni emociona, ni hace pensar. Es una lástima, ya que las actrices son buenas y la cantante tiene una gran voz. Pero, verdaderamente, sólo uno de los monólogos (el que se hace fuera del escenario) tiene suficiente nivel para estar a la altura de las pretensiones del montaje. No es nada fácil hablar de temas como los límites de la libertad, el feminismo, la infelicidad, la propia identidad, el exilio o el racismo porque son complejos y se corre el riesgo de caer en una divagación pseudofilosófica de grandes titulares vacía de contenido. Se valora, al menos, el intento y la valentía, en este caso. Ojalá el resultado hubiera sido más certero.
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