Hablar de grandes temas -el exilio, el racismo, la libertad, etc.- no quiere decir hacerlo desde la trascendencia, la extrañeza y la rimbombancia. Esto a menudo asusta al público actual, y lo cierto es que a los diez minutos de empezar esta obra de Teatro de lo Inestable mucha gente está realmente perpleja. Más tarde se definen algo más los personajes y las historias, pero no es casi hasta el final de todo que surge algún texto interesante (los que interpreta la actriz María José Guisado) y unas ideas que permiten conectar con el espectáculo. La culpa de todo esto quizás reside en que la obra se ha creado a partir de cinco autores, un director y un coreógrafo, aparte de una cantante que va un poco por libre. Me entristece que algunos hallazgos, como por ejemplo la escenografía o algunos de los monólogos ya citados, no formen por si sólos otro espectáculo… quizás menos pretencioso y más «de verdad». Un espectáculo en el que quizás no haría falta un desgaste tan grande por parte de las cuatro actrices pero sí un intento de arañar más la piel del espectador, y no dejarlo con la misma sensación que tenía al entrar al teatro. Al final, lo único que me quedará del montaje es una de las frases proyectadas, con la que estoy muy de acuerdo: «El drama es que no tenemos drama».
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