Ernesto Caballero es un autor y director madrileño bastante conocido, sobre todo por su vinculación con el Centro Dramático Nacional. En Barcelona han llegado varios montajes suyos, como por ejemplo los celebrados La tortuga de Darwin (también con Carmen Machi) y Montenegro, sobre las Comedias Bárbaras de Valle-Inclán. Ahora nos trae un espectáculo del que también es autor, y aquí quizás es donde empiezan las pegas, puesto que el texto tiene varios y variados problemas: un desarrollo poco afortunado, un mensaje político confuso, unos monólogos excesivamente literarios, etc. La única trama que funciona es la de la evolución artística de la protagonista, a pesar de que es insuficiente para que se aguante un espectáculo que tiene, supuestamente, otras pretensiones. Pero a pesar de todo esto, la Machi defiende cómo nadie la propuesta, el texto y el personaje de monja pintora. Su facilidad para decir frases imposibles y para hacer creíble cualquier situación son suficientes como para conseguir otro trabajo destacable y lleno de matices. En este sentido, las escenas de las posesiones son realmente divertidas, y el desarrollo de su rol resulta notable y alentador. Lástima de texto, lástima de no haber aprovechado mejor una premisa realmente interesante, y lástima de no haberle dado a la actriz un vehículo más potente y con más sustancia.
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