Giselle es uno de los ballets más conocidos del repertorio clásico, tanto por la música de Adolphe Adam y la coreografía original de Perrot y Coralli como por la historia romántica que nos cuenta. En Giselle se habla de amor romántico, de engaño, de muerte y de venganza, encarnada por las Wallis. En cambio, la versión que ahora nos traen los coreógrafos Mattia Russo y Antonio de Rosa ha querido reflejar cómo se vive este tipo de amor entre la juventud actual, mostrando los parecidos y también las diferencias. De hecho, el espectáculo empieza ya con el cadáver de la protagonista, para pasar después a un paisaje de extrarradio -casi lunar- donde se encuentran una pandilla de chicos y chicas. Una masa coral que se mantendrá todo el rato en escena como si se tratara de un solo personaje. Una masa que viste con uniforme y que no esconde los enseres que la identifican: portátiles, móviles, skates, etc.
El ballet de la compañía Kor’sia renuncia, pues, a la narratividad para quedarse con una idea más abstracta y compleja. Un ballet que se sirve de la música de Adam -con un orden diferente al original- y que la mezcla con música electrónica y una voz en off que nos va describiendo en inglés el estado de ánimo de los personajes o el porqué de algunas situaciones. La sensación que deja en el espectador es hipnótica y perturbadora, pero también un poco fría. Creo que la ambientación que rodea a la acción principal, así como la fuerza de la música, se comen en ocasiones a los protagonistas, aunque no se debe olvidar la precisión técnica y la gran profesionalidad de los 10 integrantes del grupo. Un espectáculo, pues, de una gran fuerza estética y con un trabajo coreográfico más que interesante.