No se puede obviar que el último espectáculo de Miquel Barcelona tiene detrás un trabajo de investigación importante, que lo ha llevado a inspirarse en el Costumari catalá, el Calendari de pagès o libros como La sardana i la religió de les bruixes y Fins aquí hem arribat. La idea es hablar de la violencia y la muerte a través de las tradiciones populares catalanas. Es decir, un tema complejo y profundo que desgraciadamente no se acaba de entender si no viene explicado en el programa de mano. Da la sensación que el exceso de material recogido no ha acabado de filtrar bien, que necesitaba respirar y exponerse de forma más clara y diáfana.
Creo que al espectáculo, que visualmente resulta elegante y a ratos sobrecogedor, le falta mejorar su estructura y quizás le sobran elementos. El trabajo de iluminación es potente, al igual que el trabajo sonoro y toda la parte cantada (muy bien cantada, por cierto), pero da la sensación que no siempre encajan bien todos los elementos. La coreografía juega con la repetición, con una cadencia casi litúrgica, y a pesar de que no es tan compleja como quizás puede aparentar, resulta efectiva y está muy bien ejecutada por los cinco bailarines. En definitiva, un espectáculo que lo tiene todo para ser muy grande pero que quizás se queda en un camino intermedio, como si le faltara una vuelta de tuerca para acabar de ligar todos los elementos.