La crisis económica ha dado para muchas obras de ficción en la última década pero parece que, con el tiempo y una cierta de distancia, poco a poco, empiezan a llegarnos planteamientos más simbólicos, sutiles e sugerentes propios de una mirada más reposada. Islandia es uno cuento adulto sobre el viaje iniciático de un adolescente a través de las entrañas más oscuras del sistema financiero. En busca de su madre, el joven se traslada de Reykjavik a Nueva York donde se enfrentará a la codicia, el engaño y el abuso de personajes derrotados y malogrados por un régimen capitalista injusto y obsoleto. La contraposición entre el protagonista y sus interlocutores resulta interesante, especialmente, gracias a la excelente construcción de sus diálogos. Escrita por Lluïsa Cunillé, la obra recuerda el estilo dramático del teatro anglosajón de la segunda mitad del siglo XX de autores com Miller, Pinter o Albee. Desgraciadamente, su estructura episódica y un ritmo demasiado monótono hacen que la pieza se resienta y no aguante con suficiente fuerza sus dos horas de duración. Su contenido resulta, en todo momento, relevante pero la narración demasiado dispersa y, en algunos pasajes, reiterativa. Habría que haberle dado un enfoque con más golpes de efecto, clímax o giros argumentales que animaran un poco su linealidad. Más allá de esto, la propuesta es muy acertada en cuanto a la dirección de Xavier Albertí, la ambientación y el reparto, del cual destaca un Abel Rodríguez que, a pesar de su corta edad, consigue sostener la función con gran profesionalidad y ternura.
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