La expectativa era alta después del gran éxito que supuso Barcelona, el anterior espectáculo de Pere Riera. Lejos de intentar repetir la fórmula, el dramaturgo y director ha optado, en esta ocasión, por explicar una historia narrativamente menos clásica y más pequeña, sobre un grupo de cuatro actores, dos veteranos y dos emergentes, y su rico universo emocional. Riera vuelve a contar con Emma Vilarasau que tira de oficio, acompañada, en este caso, de un espléndido Jordi Boixaderas que sabe traspasar la línea entre la comedia y el drama con naturalidad y cuando sea necesario. La historia no es especialmente original pero funciona muy bien, gracias, sobre todo, a la buena mano de su autor para los diálogos, el conflicto interno de los personajes, el control del misterio y la complejidad psicológica de algunas situaciones. Sin embargo, con la excusa de que los protagonistas están ensayando Hamlet, la obra se apoya demasiado en el texto de Shakespeare y es una lástima porque no lo necesita y, además, nos deja con ganas de escuchar más frases y réplicas escritas por el mismo Riera. Así, en general, esta visión intimista del proceso artístico, contemplando los actores como seres sensibles y especiales, resulta muy interesante a pesar de que, en algún punto, se deja llevar, quizás sin querer, hacia el melodrama.
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