El sentido del sacrificio

Ifigènia

Ifigènia
13/05/2024 - Teatre Lliure – Montjuïc

Cuando Agamenón, castigado por Ártemis por chuleta, se vio obligado a sacrificar a Ifigenia, su hija, para poder reanudar el camino de Troya con sus barcos, priorizó su ansia de poder y, al mismo tiempo, su amor por Grecia ante el amor por la joven. Clitemnestra, madre de Ifigenia, enloquecido. El deseo de muerte, el desazón por la venganza y el sentimiento de desesperanza se convirtieron en protagonistas. Ártemis, sin embargo, utilizó el sacrificio como castigo sólo por Agamenomo, sustituyendo la muerte de la joven por la de un ciervo y transportándola a Crimea, donde tenía la función de sacrificar a los extranjeros que, víctimas de naufragios, llegaran a sus costas. Orestes, hermano de Ifigenia, llegó a la isla muchos años después como fugitivo por haber muerto Clitemnestra, su madre. Ambos se reconocieron y escaparon juntos del exilio y el destino al que habían sido condenados.

En la Antigua Grecia, la mitología servía para explicar el mundo entero, y todas las incertidumbres encontraban respuesta. Los mitos, los dioses y los seres que habitaban estas historias protagonizaban metáforas que han inspirado la filosofía, el arte y la cultura en general.

Ifigenia fue uno de los grandes dramas de Eurípides, el gran poeta trágico, amigo de Sócrates. Era conocido por llevar al extremo el carácter de dioses y mitos, casi hasta la parodia. Y, ligando perfectamente con la obra, llegó a afirmar que “A quien los dioses quieren destruir, antes la enloquecen”. Salvo Ifigenia, sinónimo de “mujer fuerte”, todos los protagonistas sufrieron este hechizo.

Alícia Gorina dirige, con talento, sensibilidad, carácter y solemnidad la adaptación de Albert Arribas. La dirección otorga a la protagonista la fuerza y, especialmente, la nobleza, de quien puede sacrificarlo todo por un bien superior, incluso a sí misma. La adaptación nutre el texto de pequeñas trazas de reivindicación que elevan en momentos puntuales la trama a la altura, de alguna forma, de nuestros tiempos.

La obra se desarrolla en dos partes marcadas. De la lenta cocción del desastre de la primera, con diálogos profundos, monólogos eternos y paseos entre la nada, a la locura de la fiesta de la sangre y el hacha de la segunda. Un contraste hiperbólico que sorprende. La escenografía es austera, de inicio, y lo que podría parecer una playa se convierte casi en un desierto. Tono bajo, poco movimiento… Cuesta, de entrada, zambullirse en la historia que se presenta, y el salto en el ritmo te traga de un solo trago, a pesar de que, en algún momento, desearías volver atrás para captar esa frase que hace comprender mejor al personaje y al contexto. La intensidad de la venganza, la pasión y el drama en manos de Emma Vilarasau y de Pere Arquillué, padre e hijo, toman una dimensión máxima, y es un placer acompañárselos. Marta Ossó, encanta y hechiza en el papel de Ifigenia, y las miembros del corazón, en una exhibición de recitación y canto, con una propuesta muy original en la forma y en la intervención, crean una atmósfera ritual, mágica, que cautiva desde el primer momento. En otro nivel se sitúa Pau Vinyals, Aquiles, muy lejos, muy, demasiado, del resto. Su boda con la hija de Agamenón era la excusa para atraer a Ifigenia hasta el altar del sacrificio. Su registro, en medio de este fantástico reparto (mención especial por Albert Pérez, con una clausura original, mordaz, original, espectacular), flojeaba como el talón del personaje.

Un espectáculo indispensable, de aquellos que, por denso, intenso y bien trabado, al día siguiente saboreas aún más que en la salida.

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