A veces las palabras conforman una montaña difícil de escalar no tanto por su complejidad, sino por la falta de entendimiento de su significado, de la verdad que atesora. A menudo alejarse de estas palabras es más fácil que hacer un esfuerzo por descubrir qué esconden.
En esta obra Joan Carreras es un actor que se prepara para interpretar el papel de su vida: Ricardo III. Enamorado del personaje, por sus palabras y el significado que encuentra en cada verso escrito por William Shakespeare, ve en esta obra como una oportunidad para dejar atrás los papeles secundarios y ser reconocido. Su ambición lo empuja en este trabajo, pero también el amor que profesa por el teatro.
Gabriel Calderón sabe combinar de una manera pulcra y muy interesante los versos de Shakespeare con las reflexiones del actor sobre el teatro y la actitud hacia el oficio de la compañía que lo acompaña en la representación que están preparando. A partir de la primera persona de Carreras, de sus experiencias y opiniones, se va tejiendo un texto, lleno de ritmo y juego, que encabe los extractos de la obra del bardo de una manera natural.
Un monólogo dramático de más de una hora parece difícil de digerir, pero la agilidad de la narración y la habilidad de Carreras para atrapar a la espectadora lo transforman en una experiencia efímera de la cual se quiere más y más. El intérprete mira a los ojos al público y le interpela, le obliga a posicionarse y a participar en la diatriba que está compartiendo desde el escenario. Con un trabajo muy físico y extenuante, cada parte de su cuerpo trasmite la pasión y la estimación para aquello que comparte con cada espectador/a.
Con una escenografía íntima y aparentemente sencilla, pero realmente compleja, el sonido y las luces están diseñados de manera específica y muy detallada para que conformen un marco perfecto para el desarrollo de relato.
Un monólogo imprescindible para disfrutar del teatro de raíz. Ir e entregarse, la mejor opción.