Debido a que es, con toda probabilidad, la obra de teatro más conocida y emblemática de la historia, es natural que, cada cierto tiempo, nos llegue una nueva adaptación de Hamlet. Dicen los expertos que cada generación tiene la obligación de hacérselo suyo. De hacer su propia lectura. Quizás tienen razón (o quizás no), pero el caso es que, voluntariamente o por accidente, esta versión de Pau Carrió carga de manera formidable, el espíritu de indignación de los tiempos actuales. Representada sobre una escenografía fría y hostil, el director de la también interesante Victòria d’Enric V ha conseguido perpetrar la solidez de su dramatismo, acompañándolo de un espacio sonoro aterrador. Carrió sabe lo que se hace y, por este motivo, ha apostado sobre seguro con un reparto acertadísimo.
Un brillante Pol López encarna esta visión del príncipe shakespeariano algo más áspero y cínico de lo habitual. Así queda plasmado, en cierta forma, el enfado de los jóvenes contemporáneos y su sensación de incertidumbre y ausencia de futuro. Con él, la otra gran interpretación de este montaje donde, en realidad, todos están a la altura, viene de la mano de Maria Rodríguez y su frágil y emotiva Ofelia.
Es, en definitiva, un espectáculo valiente que se atreve a romper la cuarta pared y jugar con el sentido del humor, poniendo deliberadamente en peligro su tono general. Sin embargo, sale victorioso y sabe recuperarse de sus propios riesgos. Acostumbrados a versiones de los clásicos demasiado académicas o, al contrario, completamente trilladas, es todo un placer disfrutar de una propuesta hecha con conciencia y eficacia, que consigue que el texto nos hable directamente a nosotros de lo que somos y de lo que sentimos ahora y aquí.