Esta propuesta es un caramelo escénico por tres razones. Por un lado, tenemos a Hamlet de Shakespeare, posiblemente una de las obras más representadas de la historia, una especie de biblia atemporal de la dramaturgia. Por otro lado, tenemos a La Perla 29, una de las compañías más exitosas del panorama teatral en Barcelona, éxito más que merecido como sabréis si habéis pasado por alguno de sus numerosos montajes en la Biblioteca de Catalunya. Pero este montaje añade un tercer ingrediente a esta ecuación convirtiéndolo en una cita indispensable para los amantes del teatro textual en Barcelona; el diálogo entre el lenguaje teatral y el cinematográfico.
Uno de los principales atractivos de esta obra es precisamente el hecho de haber instalado un escenario teatral efímero enfrente de la pantalla cinematográfica de mayor proyección en Catalunya; el cine Aribau. Además, con el objetivo de mantener la cercanía con el público, tan característica de los montajes de La Perla, una gradería acota el espacio teatral y establece un escenario a tres bandas, algo a lo que la compañía ya nos tiene acostumbrados.
La puesta en escena es sobria al más puro estilo de Peter Brook, con el artefacto al descubierto. Las interpretaciones son todas excelentes, mención especial se merece Guillem Balart por su Hamlet incansable que llena la sala de emoción durante las tres horas de representación. En definitiva, un montaje que cuenta con todos los ingredientes para ser disfrutado.
No obstante, la promesa de un espacio inmersivo en el que teatro y cine dialogan puede decepcionar a los espectadores que se acercaron en busca de una comunión entre ambos lenguajes. Imágenes fijas en forma de decorado, varias referencias cinematográficas proyectadas y alguna grabación en directo es todo lo que la pantalla ofrece. La propuesta audiovisual se queda corta tanto en lo técnico como en lo narrativo y transmite la sensación de que han descuidado lo que parecía uno de los elementos más atractivos del montaje.