Las historias enrevesadas y torpes dan alegría a aquellas personas que son espectadoras, para quien las vive pueden ser estresantes, pero ¿qué es de la vida sin poco de enredo?
Jaume Viñas y Epidèmia Teatre en el Guateque hacen su versión libre de las Bodas de Fígaro, una comedia de enredos musical que entretiene al público y lo hace divertirse a más no poder. Brevemente explicado, Fígaro y Susanna están a punto de casarse el día que Massiel actuará en Eurovisión con su famoso La, la, la. El problema es que el amo de finca donde vivirán -y también jefe de Fígaro- está encaprichado con Susanna y la quiere seducir e impedir la boda. Los enamorados tramarán un juego para conseguir deshacerse del Señoro y al mismo tiempo su objetivo. Y toda esta historia está llena de canciones de la ópera que sirve de inspiración y también de clásicos de finales de los 60.
El texto es una comedia de enredos sobre enredos que hace las delicias del público. La risa se instala en el patio de butacas solo empezar con la introducción de Fígaro y así sigue el poco más de una hora que dura la producción. El ritmo frenético y la mezcla perfecta entre el clásico de Mozart con la época de Massiel y la proyección de imágenes de la época – el No-Do, los anuncios, las presentaciones de Eurovisión- crean un clima de complicidad entre el público que se contagia desde el escenario.
La historia, la puesta en escena, el diseño sonoro y las proyecciones son estupendas, pero la verdad es que el alma de esta pieza es su reparto. Aida Llop, Mireia Lorente-Picó, Gerard Franch y Joan Sáez, juntamente con Joel Riu al piano, los arreglos y la dirección musical, son las estrellas de este firmamento de alegría y pasión. Sin su trabajo esta producción se quedaría coja. Las ganas, la fuerza y la entrega con las que interpretan y cantan -que voces más maravillosas- son aquello que realmente la espectadora se lleva de la representación.
Avisado queda todo el mundo que es posible que se haya de refrenar las ganas de unirse al reparto para cantar las canciones que ofrecen, pero las manos y los pies sí que se pueden mover al ritmo -está comprobado-.
No creo que se encuentre a ningún/a espectador/a de esta obra que no haya salido feliz y con ganas de cantar aquello de “Tengo el corazón contento, el corazón contento, lleno de alegría…”.