Diez años antes de morir, Antonio Gades creó su última gran producción, Fuenteovejuna. A pesar de que quedó pendiente un proyecto sobre Don Quijote, creo que esta fue una obra culminante, en la que encontró la medida justa para dramatizar un ballet y conservar a la vez el espíritu del texto teatral. Se trata de una coreografía que mezcla géneros (flamenco, danzas populares españolas, ballet clásico…) y momentos muy descriptivos con otros de auténtica fiesta flamenca, como ya pasaba en la Carmen creada junto con Carlos Saura. Pero aquí todo está mucho más ligado y tanto el vestuario como la música elegida nos aportan una visión más homogénea de todo el conjunto.
Al igual que en el montaje de Carmen, la música y el canto en directo aportan una magia y un ritmo que enamora. Los bailarines, por otro lado, demuestran una gran técnica de danza española, especialmente en los números más corales. En el caso de los protagonistas hay que destacar unos fantásticos Silvia Vidal y Álvaro Madrid, así como un Antonio Canales que a pesar de mostrar un cierto cansancio en algunas partes de la obra tuvo tiempo para mostrar apuntes de genialidad. En definitiva, una revisión del clásico creado hace más de veinte años que reaparece ahora con todo el esplendor y que hace justicia al original.