Por la gran influencia que ha tenido en la cultura contemporánea y, sobre todo, por las innumerables versiones que se han hecho en el cine y en la televisión, el mito de Frankenstein ocupa un espacio en el imaginario popular, en general, muy diferente del que se le daba en la novela de Mary Shelley. Lo más interesante de esta ambiciosa adaptación teatral de Carme Portaceli es que ha conseguido ser fiel al material original y, a la vez, aportar una visión personal de la historia. Esta versión escrita por Guillem Morales, claramente, apuesta por un poner el foco en los conflictos morales y filosóficos que tienen al ser humano como protagonista y, más concretamente, al hombre que abandona su creación y no es capaz de hacerse responsable de ella porque le asusta el resultado de sus actos. Dicho de otro modo, el espectáculo es respetuoso con el material de partida, hasta el punto de ser, perfectamente, recomendable para grupos de estudiantes pero, al mismo tiempo, toma decisiones valientes y se posiciona, por ejemplo, apartando a Dios un poco del conflicto central y centrándose en la idea de abandono. La puesta en escena es sencilla pero efectiva, especialmente, las proyecciones, aunque alguno de sus recursos escenográficos no acaban de aprovecharse del todo. Por otro lado, Joel Joan y Àngel Llàcer hacen un trabajo interpretativo bastante memorable a pesar de que, en algunos momentos, caen en una cierta musicalidad de comedia involuntaria. En cualquier caso, el montaje es didáctico pero también enriquecedor, gracias a mantener alto el nivel de su discurso primigenio. Si, además, el envoltorio con el que viene presentado consigue estar a la altura de las circunstancias (la ambientación y caracterización son notables), es justo decir que el producto final es más que satisfactorio.
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