Hasta que cae la última pieza

Final de partida

Final de partida
01/05/2022

En el ajedrez, cada pieza tiene su movimiento. Nada ocurre al azar ni se improvisa. Y para las piezas, la existencia fuera del tablero, en un mundo exterior, debe ser inimaginable, descabellada, una quimera, un imposible. No sabemos qué piensan, sin embargo. Ellas, de marfil, de madera o de plástico, quizás han tenido un pasado que les recuerda la limitación que viven. La vida, para Beckett, parece jugar también su partida, en este texto, y sólo restan cuatro piezas en el tablero. Cada pieza, un movimiento, un personaje. Cada uno tal y como es, individualizado en grado máximo. Ni rascarse entre ellos, pueden. Si Hamm no puede ponerse de pie, Clov no puede sentarse. Los dos se necesitan, dependen uno de otro, pero se detestan. El viejo dueño ciego protesta sin cesar, y no soporta la servidumbre pusilánime de su compañero, y el sirviente nunca es capaz de romper los eslabones que le tienen sujeto a un ser como aquél, a un espacio tan limitado y a unas rutinas que le ahogan. Uno, interpretado por Jordi Bosch, exagera, gesticula, inventa historias y se queja hasta el extremo más melodramático. El otro, de la mano de Jordi Boixaderas, se mueve con gesto de payaso y sus expresiones son coherentes a ese rol. Por último, sólo él da el paso para emanciparse.

Los acompañan Nagg y Nell, los padres de Hamm. Dos viejos sin piernas que habitan dos contenedores. Jordi Banacolocha y Margarida Minguillón dan vida a estos dos personajes que interactúan y aportan un contrapunto a las oscuras disertaciones de su hijo.

Quieren ver el mar por las ventanas, pero no parece que esté allí. Entra la luz, y se reclama, pero ésta no aporta vida. La vida, en este espacio claustrofóbico, es tan inexistente que se busca calidez en el simple tacto de una pared. La estética es de bunker, prisión, refugio antiaéreo. Como si la muerte amenazara fuera, cuando en realidad está dentro.

La vivencia del acercamiento inexorable al final de la partida nos muestra el declive de las piezas, que, a pesar de intuirlo ya de entrada, van confirmando el olor a muerte que llevan los últimos movimientos. Hasta que se tumba, como en el ajedrez, la última pieza y se declara el final de la partida.

Final de partida cuenta con la dirección de Sergi Belbel, toda una garantía, aunque poco se debe poder aportar a un drama con la personalidad de éste. Las interpretaciones de unos personajes tan complejos son absolutamente brillantes, intensas. Todas. Transmiten la atmósfera que el texto desprende de una forma sublime. Qué privilegio, sentarse en una butaca y disfrutar, en directo, de un ejercicio tan completo, de una exhibición de talento de este nivel. Sin embargo, hay que estar ciertamente documentado para estar a la altura de este ejercicio. Mínimamente. Beckett es profundo, y las intenciones de sus textos van mucho más allá de lo que se escucha. Es justo reclamar que el espectador cumpla también su parte del compromiso, si no quiere, sólo (que ya es mucho) gozar de la apariencia. El teatro, para que tenga sentido, debe ser un pacto a dos bandas.

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