Estamos de fiesta, amigos y amigas del teatro musical. La oferta que Barcelona nos muestra estas semanas es fantástica, aunque tenga un cierto aire de versión permanente y de regalo que tal y como viene se va.
El Teatro Apolo nos presenta Fama, el musical, e inicia la curiosidad pop especialmente de aquellos y aquellas que soñamos con la serie televisiva de inicios de los 80, cuando éramos adolescentes. Me pregunto qué expectativa puede tener quien no ha conocido en Leroy, Bruno, el profesor Sorosky o Lydia, la profesora de baile. Es como ir a ver un pesebre sin saber quién representa cada figura … Pero esta gente tiene la ventaja de no esperar más de lo que verán sobre el escenario. Y tendrán un juicio sin el sesgo de lo que los nostálgicos llevamos en la mochila. Como soy yo quien escribo, no me puedo desembarazarse, así que tengo que admitir que la reducción del argumento, necesaria por las características de la obra, es castradora. Faltan cosas, pasa demasiado rápido el tiempo, se simplifica demasiado, los profesores no tienen el carácter de aquellos, los alumnos parecen caprichosos, volubles … Hoy se han invertido las tornas. La disciplina de la academia entonces hoy no funcionaría, pero la realidad era la de la época. Las cosas iban así. Al igual que entonces no se movían los alumnos con móvil, ahora son ellos los que dictan su itinerario y son los protagonistas de su formación. La obra, sin embargo, se queda en medio, en tierra de nadie, ni entonces ni ahora.
Las coreografías embelesan, son espectaculares, bien cuidadas, exigentes y detalladas. Impresionantes. Este encanto empequeñece los diálogos, que pasan a ser como el tiempo de los anuncios entre programas, y no interesan demasiado. Incluso el público llega a confundirse, y a ratos pierde el norte con el espectáculo y grita, exclama y casi participa. Era la intención? Creo que no … Como espectáculo teatral, no acaba de salir. Pero ya se sabe: busca la fama, pero la fama cuesta, y aquí es donde empezará a pagar. Con sudor!