Eva Yerbabuena es una bailarina de raza, de aquellas que no renuncian a una buena bata de cola, a un baile con su mantón ni a un cuadro flamenco tradicional al final de cada espectáculo. Pero al mismo tiempo tampoco renuncia a la investigación y a la fusión del flamenco con otras disciplinas, culturas o tradiciones. Lo ha demostrado en casi todos sus espectáculos, y con este todavía ha ido un paso más lejos, puesto que fusiona su arte con los cantos de la japonesa Anna Sato. Los genes del Japón recorren el espectáculo de principio a fin, con detalles de vestuario, con alguna coreografía concreta, con un gran sol que ilumina la escena…. y sobre todo con la música y los instrumentos del país, que se mezclan con el sonido de la guitarra española.
El espectáculo destila belleza y buen gusto, y estructura bien sus recursos para no cansar ni aburrir al espectador. Es cierto que el primer día hubo errores técnicos evidentes -por un problema de microfonía, el zapateado de los primeros número fue inaudible- y algún problema con unos extraños elementos del decorado, pero finalmente todo funcionó. La unión de las dos culturas resulta sorprendente, sobre todo en la parte final del espectáculo. Sí que a veces se fuerza el tema, pero los pequeños desajustes no pueden vencer un montaje que sale del corazón y de la técnica de muchos y buenos profesionales.