Es una sorpresa agradecida que cuando traspases la puerta del teatro la producción que está a punto de empezar te adentre en su narrativa. Y la compañía La Peleona lo tiene bien trabajado. Actrices o personajes -a veces la línea es fina y deliciosa- te hacen entrar en un mundo de diversión y absurdidad desde el primer minuto. Una introducción potente que ya te coloca en el lado proactivo de lo que estás a punto de vivir.
En escena tenemos a Dios -en femenino-, el Diablo, su hija Cristina y Nietzsche. Todos/as cuatro con su idea de sociedad ideal o perdurable, por decirlo de alguna manera. Mientras Dios y el Diablo continúan sus apuestas por averiguar el camino que seguirá su hija en otra de sus interminables resurrecciones, Cris se encuentra decepcionada con las consecuencias de su última lucha para hacer libres a los hombres y mujeres de la tierra. Mientras una triste hija de Dios, que no sabe quien son sus padres, intenta desaparecer por la culpa de haber defraudado a todos, Nietzsche se aparece para planteare nuevas visiones de la sociedad. Cada uno/a intentará que Cris se enrole en sus planes… y pasarán muchas cosas, la mayoría estrambóticas y alocadas.
Como si de un cabaret de variedades se tratara, esta fábula mitológica reta a la espectadora a reflexionar sobre la propia existencia y el pensamiento gregario. En este texto se exponen los elementos que conforman una idea basada en la fe y el seguimiento a ciegas de aquellas personas que la promulgan. Cada línea de guion, de una manera divertida y que parece ligera, expresa muchas preguntas sobre una sociedad que no tendría que estar legitimada, pero que aún lo está.
Texto gracioso, ágil, con mucho ritmo y una puesta en escena caótica y al mismo tiempo pensada al detalle por todo aquello que pasará en el escenario. Hablar de las intérpretes es difícil, porqué la bestialidad que llevan a cabo ante el público es tremenda. La interacción con cada espectador/a es constante durante toda la obra, interpelan, buscan la complicidad y el entendimiento entre una y otra banda de la tarima. Cada una, con sus peculiaridades, consigue ser magnética a ojo de cualquiera que esté en platea. Cada intervención es una expectativa mayor a la anterior y no defrauda en ningún momento.
Son 75 minutos en un mundo de diversión y reflexión alocada, de placer teatral en escena.