La inclusión de este espectáculo dentro de la programación del Grec no sé si es la más acertada, pero no se puede negar que estamos ante un texto interesante, una buena dirección y unas interpretaciones de gran dificultad técnica. La densidad de la propuesta, el trasfondo sociopolítico y su austeridad formal la colocan en la línea de otros trabajos de Carme Portaceli, que esta vez ha querido entregarse más que nunca a la estructura sincopada de Abi Morgan, llena de repeticiones y retrocesos muy curiosos. Hemos visto ya muchas obras que vuelven atrás pero aquí el hecho de recular nunca nos reproduce lo mismo; siempre hay pequeños matices, detalles que cambian y que se deforman hacia el final de la pieza. No sabemos nunca si la última escena que vemos es la real, la imaginada o la deseada, pero sea como fuere, la obra avanza y el final es inexorable y devastador.
Por muchos motivos, que quizás no hace falta enumerar a estas alturas, Miríam Iscla se convierte en la auténtica reina de la función. Su personaje -simpático y antipático al mismo tiempo- destaca por su relación con el supuesto dictador, que nunca aparece en escena a pesar de tener mucho peso en la trama y una gran influencia en la vida de todas las mujeres que han estado a su alrededor. No hay que decir que Lluïsa Castell, Gabriela Flores y Laura Aubert acompañan a Iscla con buenas interpretaciones. La única pega que quizás podríamos ponerle al montaje es la propuesta escenográfica, que una vez más deja desnudo el escenario del Romea, con el consecuente problema de sonido que esto supone.