Las limitaciones de la vejez y la incertidumbre ante la proximidad de la muerte son cuestiones de gran importancia pero muy difíciles de tratar por el peligro de obtener un resultado demasiado deprimente o caer en la antipatía del público más joven. Escrita por Ernest Thompson el año 1979, En el estanque dorado esquiva hábilmente estas posibles trampas dotando de vitalidad y optimismo un texto realista que no renuncia, sin embargo, a la vertiente más dramática del tema. En concreto, este montaje dirigido por Magüi Mira destaca por la lección de veteranía de una espléndida Lola Herrera y un carismático y abrumadoramente verosímil Héctor Alterio. En su relación sobre el escenario todo es luz y humanidad. Cada una de las palabras que salen de su boca están llenas de verdad y buen oficio y, por lo tanto, sólo por ellos ya vale la pena todo el espectáculo. Sin embargo, es necesario advertir que el resto del reparto, por exceso o por defecto, no están a la altura, lo que desluce un poco el conjunto. Además, la directora ha decidido potenciar en exceso la comicidad de ciertas situaciones de manera evidentemente innecesaria. El extraño intento de convertir este drama amable en una comedia costumbrista no sólo banaliza la profundidad de la obra sino que, además, ensucia, por contagio, los momentos más serios y reflexivos. Afortunadamente, a pesar de su desacierto en la búsqueda del tono general, el positivismo de la historia consigue llegar al espectador que, seguro, saldrá con una sonrisa y ganas de ir a visitar a sus padres o sus abuelos y pasar un buen rato con ellos.
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