Época de polarización, de estar totalmente a favor o en contra, pero donde ser equidistante, en el tema que sea, no parece factible. Quizás, incluso, estar en contra de todo es la tendencia. ¿Son valores o simple postureo?
Miquel Mas Fiol coge en esta producción el clásico musical de Los Miserables, basado en la obra de Victor Hugo, para hacer una versión reducida y mostrar a otros “miserables” encima del escenario. Lo que empieza siendo una narración a un ritmo sin parar, acaba siendo una exposición de protesta y pérdida de sentido. Pero vale más no explicar mucho el argumento.
Ágil, divertida y frenética, esta obra interpela -como dicen sus personajes- al público en cuanto a mantenerse atento y en tensión todo el rato. No sé sabe hacia donde irá el texto y lo más peligroso, hasta donde llegarán los intérpretes en su performance. Un delirio hilarante que provoca risas a cada segundo, incluso aquellos pasajes en qué no sería tan factible.
El texto tiene ritmo y construye un camino interesante, pero sin la interpretación de Gerard Franch, Mel Salvatierra y Lluís Oliver no sería, ni de largo, lo mismo. Su energía y entrega resulta extenuante y maravillosa al mismo tiempo. De Salvatierra no había duda que es una fuerza inacabable, ya se pudo ver en el monólogo de Les penes del jove Werther y aquí vuelve a ser una todo terreno imparable. Oliver vuelve a mostrar su capacidad para adaptarse a cualquier giro de guion encima del escenario. Franch es el auténtico foco de atención en esta obra. En Cr#sh, tothom pot caure ya apuntaba una habilidad innata para desaparecer tras el personaje y en esta obra demuestra una polivalencia increíble como cantante de musicales -su registro es impresionante- y actor, que puede modificar y cambiar de tercio con rapidez y sin perder ningún matiz.
Es la fuerza y la pasión del reparto el elemento esencial de esta producción que se apoya en una puesta en escena sencilla, pero completa y eficaz, con un reguero de recursos audiovisuales que dan un marco completo a la obra. El único ajuste que haría falta sería lo largo de cada segmento de la narración. En algunos de estos, recortar el tiempo ayudaría a tener aún más atrapada a la espectadora, que en ocasiones piensa que la historia tendría que avanzar y no pararse demasiado en algunas escenas que, aunque acertadas, pierden interés cuando se redunda.
Magnífico rato divertido que da un soplo de aire fresco a la manera de hacer y entender el teatro.