No se puede negar que Els cors purs nos proporciona imágenes bellísimas y un trabajo técnico impecable, marca de la casa y sello indiscutible de La Perla 29. Pero además de los resultados estéticos, que son importantes y merecen todos los elogios, no acabo de entender ni la elección del texto, ni tampoco la forma de adaptarlo ni de dirigirlo en escena. A pesar de las bellas palabras y descripciones de Joseph Kessel, todo resulta demasiado literario y la mezcla de referentes no consigue centrar la historia ni hacerla del todo entendedora. La elección de Oriol Broggi tampoco ayuda, apostando por la inmovilidad de los actores en gran parte de la obra y por una ausencia casi total de acción dramática. Todo es explicado y referenciado, como si en realidad alguien nos estuviera explicando un antiguo álbum de fotografías o estampas irlandesas, con todo el dolor y la belleza que guardan la mayoría de historias provenientes de aquel país. La música también ayuda al ejercicio de nostalgia y consigue que disfrutemos de la magnífica voz de Miranda Gas, posiblemente una de las mejores apuestas del espectáculo. Un espectáculo, por cierto, que si no hubiera querido ser tan ambicioso ni hubiera querido probar nuevas formas narrativas habría llegado a mejor puerto y habría satisfecho de forma más unánime a los seguidores del grupo, que son cada vez más y más numerosos.
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