Tiempo en casa

El temps que no tindrem

El temps que no tindrem
25/10/2019

Recuerdo cuando, de niña, iba a los columpios el domingo con la familia. También recuerdo cuando me llevaban a la biblioteca y cogía todos los libros que me dejaban llevarme para leer durante una semana. Todos los recuerdos que mantengo de mi infancia, en su mayoría, son buenos. Y es que así es el ser humano, afortunadamente, recopila y recuerda los buenos momentos para rememorarlos cuando se necesitan.

De los recuerdos de Eduard va esta obra. El protagonista nos explica su infancia a través de los momentos vividos con su madre, desde su nacimiento hasta los momentos más complicados que le han tocado vivir. En pocas palabras, podríamos decir que el texto que nos presentan Mariona Castillo y Eloi Gómez, los intérpretes de la obra, habla de amor. De la familia y todas las emociones que nacen y se desarrollan dentro de ella. La historia nos conmueve, no por su dramatización –que está implícita en cualquier narración de vida-, sino por los momentos que nos representan en escena. Anécdotas íntimas y reales, que todos pueden hacer suyas y en las cuales os podemos refugiar en algunas ocasiones. El amor de una madre por un hijo, el de un hijo a su madre. La complicidad, las enrabiadas, las charlas, los deseos, las esperanzas… todo confluido en un espacio de tiempo reducido como es el escenario y que crea una atmosfera de intimidad muy adecuada.

No puedo obviar que se trata de un musical y que las canciones que se han compuesto están realizadas de una manera precisa, cubriendo las necesidades y el espacio que requería cada momento. Piezas divertidas que nos recuerdan a la movida madrileña –Mecano como referencia clarísima- y otras de más íntimas, como las palabras susurradas al oído entre los dos protagonistas. Delicadeza, emoción e intensidad se mezclan en cada letra y melodía, acompañadas de una calidad vocal incontestable por parte de sus intérpretes.

Hablemos de la pareja que sale a escena, Gómez es el hijo y Castillo la madre. La complicidad que transmiten los dos en escena traspasa al espectador, inmiscuyéndose, de alguna manera, en su familia y robando momentos íntimos que, en teoría, solo les tendría que pertenecer a ellos dos. Este grado de intimidad engrandece con creces toda la obra.

La historia, los personajes, las canciones y los intérpretes, confluyen en un mismo objetivo: hacerte sentir en casa. Y lo consiguen.

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