Sinfonía de desconsuelos

El temps que estiguem junts

El temps que estiguem junts
21/02/2018

Con la irrupción de Javier Daulte en el panorama cultural de nuestra ciudad, a principios del nuevo siglo, aprendimos que el teatro no tenía que tener miedo a abordar cualquier género (incluso los tradicionalmente cinematográficos) y que el trabajo colaborativo entre dramaturgos y actores podía producir resultados fascinantes. El también argentino Pablo Messiez demuestra, ahora, con El temps que estiguem junts ser un buen discípulo de esta escuela pero también (y sobre todo) del teatro de Daniel Veronese, con una pieza emotiva, compleja y misteriosa. El nuevo montaje de la Kompanyia Lliure es, sin duda, el más arriesgado e interesante de los que nos han presentado hasta ahora. Construido a partir de un taller donde trabajaron las emociones, los miedos y las inquietudes del grupo, Messiez propone una brillante sinfonía de desconsuelos donde la realidad convive con la poesía, los conflictos filosóficos y la lógica del inconsciente.

La obra es un apabullante recital interpretativo de estos jóvenes intérpretes que nunca, hasta ahora, habían estado tan bien aprovechados, formando un buen equilibrio dentro de su fantástica diversidad. El experimento de mezclar el espacio y el tiempo de dos realidades no es nuevo pero esto no hace que el producto sea menos original, especialmente, porque la propuesta funciona muy bien como metáfora de la convivencia, sin mostrar demasiado interés por el teatro de ciencia-ficción. El espectáculo deja abiertos muchos interrogantes (quizás demasiados, para según qué espectadores) pero, emocionalmente, se entiende todo. Las coreografías de movimientos, la contraposición de estados de ánimo, los monólogos, las canciones y las diferentes secuencias de acciones remueven el espíritu y son tan variadas como sorprendentes, hipnóticas o sobrecogedoras. Se trata, en definitiva, de un viaje creado desde la intuición, con los defectos que esto comporta, pero repleto de magníficos hallazgos y de momentos para el recuerdo especialmente valiosos. Al fin y al cabo, ¿quién entiende, de hecho, las emociones y la vida? ¿Quién es capaz de explicar la existencia sin dejar ninguna laguna por el camino?

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