Se nota que este espectáculo, el mejor que ha interpretado la ya casi desaparecida Kompanyia del Lliure, surgió de un taller de trabajo entre actores y director. Se nota la experimentación, incluso aquello que se decidió conservar y todo aquello que se descartó. Se nota, sobre todo, si intentas sentir el espectáculo más que verlo, analizarlo o razonarlo. El temps que estiguem junts es, por encima de cualquier convención, un ejercicio catártico que pasan los actores y que acaba llegando al público como un tsunami. La propuesta argumental es quizás lo que menos importa, a pesar de que la superposición de dos realidades temporales en el mismo espacio da unas posibilidades de juego inmensas. Pero lo que sí importa de verdad es el trabajo actoral, y en este caso es de admirar la absoluta predisposición y la total generosidad de todos los intérpretes, del primero al último.
Quizás sí que la obra deja muchos interrogantes abiertos y se saca algunos ases de la manga, pero es que Pablo Messiez no intenta hacer una obra de ciencia ficción ni dar explicación a todas las variantes argumentales, cosa que Javier Daulte quizás sí haría. En este caso importa el sentimiento, la emoción pura y el dolor. Solo el comienzo de la pieza -un comienzo magnífico, de los que se recuerdan- ya nos da pistas de por donde irá la cosa. En definitiva, un espectáculo imprescindible que se tiene que ver, sí o sí.