Después de seis años desde su debut en 2010 y siete propuestas teatrales, resulta todo un placer ver a la Compañía La Calòrica crecer artísticamente abordando temas cada vez más ambiciosos y complejos. En El Profeta el grupo ha optado, por primera vez, por un tono más serio demostrando una cierta madurez que, si bien ya existía de alguna manera en las intenciones de sus anteriores espectáculos, nunca se había manifestado de forma tan serena. La obra combina tres tramas donde entran en conflicto la fe y la ciencia para abrir una reflexión sobre esta lucha ideológica a lo largo del tiempo. Dirigido (como siempre) por un eficaz e imaginativo Israel Solà, el montaje mezcla drama y misterio añadiendo unas interesantes pinceladas de ciencia-ficción, terror y humor negro. Así, el equipo consigue salir victorioso de un reto difícil donde, además, han tenido que prescindir de su habitual dramaturgo, Joan Yago, y de algunos de sus intérpretes más característicos por incompatibilidad con otros compromisos profesionales. Sin embargo, su identidad permanece intacta y en plena forma. El juego de espejos que plantea o la riqueza intelectual de sus diálogos, por ejemplo, consiguen, sin caer en la pedantería, plantear un conjunto de ideas tanto sugerentes como entretenidas. Quizás, durante algunos momentos, puede dar la sensación de que los personajes de las diferentes épocas se parecen demasiado los unos a los otros pero no deja de ser una manera de ser coherente con el discurso interno de la historia. Por último, hay que reivindicar una vez más el impecable diseño de escenografía a cargo de Albert Pascual que aporta el toque de calidad estética a una producción que, desgraciadamente, cuenta con un presupuesto más bajo del que merecería.
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